Entre semana, Raúl solía pasar las tardes en la biblioteca
hasta las nueve de la noche, hora del cierre. Allí, entre eclécticas lecturas
placenteras, oteaba la sala de estudio donde los jóvenes estudiantes prestaban
mayor atención a sus compañeros de mesa que a sus aburridos apuntes de examen.
Sin embargo, el
pensamiento de Raúl no se centraba sobre ninguna alumna universitaria o de
instituto, sino en una de las numerosas bibliotecarias que trabajan en el
centro. La mujer que copaba sus pensamientos en aquellas horas de lectura se
llamaba Juana, tenía alrededor de unos cuarenta y cinco años y lucia un
incitante cabello rubicundo a media melena, con más cantidad en el flequillo
que por detrás, cuyo color según la temporada se veía algo más pelirrojo que
rubio o viceversa. En cuanto a su figura, poseía formas redondeadas muy
femeninas pero su rostro se dibujaba más bien delgado. Juana era guapa y su
físico bien podría corresponder con la población celta que en el pasado había
habitado parte de la Península Ibérica.
Lo que más llamaba
la atención a Raúl de Juana era su costumbre de no llevar medias en las
estaciones frías, a finales de otoño vestía falda recia debajo de la bata
blanca, en realidad su atuendo no podía ser más discreto y formal, pero al no
llevar medias sus pantorrillas lucían desnudas al igual que sus talones, los
cuales sobresalían de sus zuecos mostrando bellas zonas sonrosadas sobre un
blanco esmaltado. Incluso en el frió invierno, algunos días vestía de esta
manera, otras, cuando ya el frío se mostraba muy inclemente usaba leotardos o
unos pantalones de fina licra, pero aún así se veían sus talones sin medías ni
calcetines, sobresaliendo de los zuecos su deseable carne blanca y desnuda. Un
día, Juana, mientras hablaba con otro compañero, sacaba y metía su pie dentro
del zueco. Este acto en pleno invierno a Raúl le perturbo, pues cuando todas
las estudiantes llevan zapatos cerrados o botas y el contacto de la piel con el
aire es tan frío, el pie de Juana se mostraba impúdicamente más incitante y sus
coloraciones sonrosadas se delataban mayores que en el resto del año. Juana
sacaba el pie hasta el punto de descalzarse del todo mientras sostenía su punta
sobre la horma del zapato. Raúl tuvo una fuerte erección, la hubiera poseído en
aquel mismo momento.
Raúl tenía 36 años
aunque le gustaban las mujeres mayores que él, si bien requería que aparentasen
cierta lozanía y Juana además de cumplir con estos requisitos, solía corresponder
discretamente a las miradas de Raúl.
Otra característica
que le gustaba a Raúl de Juana era su voz, fuerte, bien timbrada, llena de
asertividad y seguridad.
Aquella tarde de
Viernes, la bibliotecaria había estado más solicita con sus miradas dirigidas a
Raúl que de costumbre y este se encontraba cada vez más excitado. Durante dos
años se habían estado mirando, sin apenas intercambiar más que alguna palabra
cuando a Juana le tocaba despachar los libros en la mesa de préstamo, pero la
mayor parte de las veces, ella atendía la planta de estudio, donde los libros
no se podían prestar sólo consultar. Juana cerró las cortinas y apago las
luces, mientras se marchaban los estudiantes y algunos socios más maduros. La
sala quedo vacía y totalmente a oscuras.
Raúl se escondió
tras el pasillo de los libros de arte. Juana se acercó con el carrito, entonces
vio como una mano se posaba sobre la suya y al levantar la cabeza vio a Raúl
excitado y jadeante.
-No puedo aguantar
más. Me vuelves loco –le susurro al oído a la bibliotecaria.
-Pero qué haces,
no, no… -contestó Juana también jadeante, pero sus palabras reflejaban en sus
gestos y en sus actos, un escaso poder de convicción.
Estaba claro que
ella también sentía atracción y los dos se besaron en la boca con nerviosismo, Raúl
metió su lengua con dureza, un beso puramente sexual.
Ella sólo susurraba –no, no por favor –mientras continuaba
el beso con los ojos cerrados. Raúl comenzó a sobarle los pechos, ella
incrementó sus aspavientos y negaciones, pero no podía ocultar su excitación y
mientras negaba, soltó un gemido de placer. Si
bien la calefacción ya había sido apagada y estaban en pleno invierno, el calor
irradiado por la pareja ardía de manera sofocante. Juana trató de apartar sin
demasiada fuerza las manos de Raúl, pero cuando este llevó su mano al sexo de
ella y lo sujetó con fuerza, esta abrió los ojos despertando de su letargo hipnótico.
-Esto es mío
entiendes, va ser mío y lo quiero ya.
-Noooo!!!! –gritó,
esta vez, con fuerza y asertividad la mujer, llevando su mano a la de Raúl
tratando de apartarla.
El semblante de
Juana había cambiado, estaba asustada pensando que Raúl la iba a violar ahí
mismo, cuando en la planta de abajo, en ese mismo momento, se cerraron las
puertas del edificio. Los cinco minutos de evacuación de público y empleados
habían pasado y el guarda había echado las llaves a las puertas yéndose a casa.
No había nadie más en la biblioteca; Juana estaba en manos de Raúl.
Déjame, déjame,
ahora mismo –el gesto de Juana al decir estas palabras mostraba gran enojo y
esto desagradó profundamente a Raúl, que pellizcó con fuerza la vagina de Juana,
introduciéndole un dedo y tirando hacia arriba. Juana pegó un respingo –Ahhhhh!
–y su rostro reflejó dolor e impotencia, pero también vergüenza por sentir un
extraño placer indeseado.
-No me hagas ser
malo –amenazó Raúl.
-Ahhh suéltame, suéltame
–sollozaba en voz baja la mujer.
Para mitigar el
dolor Juana trataba de ponerse de puntillas e, instintivamente, sacó sus pies
de los zuecos para apoyarse mejor. En uno de los escasos movimientos que pudo
hacer, la mujer levantó con fuerza su rodilla derecha contra la entrepierna del
hombre que soltó un fuerte y agudo grito de dolor;
-AAAAAAAAAAIH
Al momento, Raúl
soltó a Juana y se llevó sus manos a sus doloridos testículos quedando
agachado, mientras Juana arreglaba su braga y bajaba su falda con su vagina
adolorida, cuando levantó su cabeza contempló Raúl, quien no lograba mantenerse
en pie del dolor.
Sin embargo, Juana
ya estaba casi recuperada y trató de salir corriendo pero Raúl la tomó del tobillo
y la hizo caer al suelo. Aún con los testículos doloridos, el varón se puso
encima de Juana para intentar violarla, esta para defenderse comenzó a dar
patadas al aire en forma de bicicleta consiguiendo impactar dos veces sus fríos
pies delcazos sobre la cara de Raúl, quién sintió las plantas de los pies de
Juana, primero contra su mandíbula y boca y luego, directamente, contra su
nariz. Sintió la frialdad del pie de la mujer, debido a la temperatura pero
también, tras ocho horas andando sin calcetines sobre los zuecos, percibió un
cierto olor si bien no desagradable si característico, mezcla de cuero y olor
intenso a pie limpio, pero al fin y al cabo a ese olor idiosincrásico y
pronunciado que sólo posee esta parte del cuerpo. A Raúl le excitó el aroma y
su pene se convirtió en un bulto espectacular, Juana se dio cuenta y lanzo su
pie izquierdo contra la cara de Raúl dejándolo fijo sobre el rostro de este,
mientras tiraba de las manos del hombre hacia si misma, ejecutando una efectiva
palanca. El hombre estaba sufriendo la fuerza, el olor del pie blanco y
sonrosado, que por su lindo y suave aspecto parecía el pie de una niña adolescente
en una mujer madura. Juana lo miró, mientras mantenía su pie en la cara de su
atacante, quien no podía ver nada más allá de la planta femenina fijada con
fuerza sobre los ojos, nariz y boca del varón; desde esta perspectiva la planta
de Juana se volvía gigante por la cercanía, impidiéndole la visión total.
La planta del pie de Juana
Tras
un largo lapso de tiempo, las dificultades para respirar de Raul, lo obligaron
a inhalar con toda la fuerza posible porque el pie de la mujer le estaba
impidiendo la circulación del aire hasta límites peligrosos. Al inhalar el
escaso oxigeno existente entre la planta de la mujer y la boca y nariz del
hombre, todo el olor natural del pie de Juana se introdujo por las fosas
nasales de Raúl, y percibió todos los matices del penetrante aroma; el frío, la
zona de los dedos, una pequeña dureza en la almohadilla de la planta con un
color anaranjado, y se notaba, claramente, el matiz del cuero del zapato
impregnado en algunas zonas de la sonrosada y perfecta planta de la mujer. Entonces
Juana retiró su pie, miró con rabia a Raúl, visiblemente atontado y mientras lo
sujetaba por las manos lanzó una terrible patada con su planta que chocó contra
la nariz, boca y mandíbula del hombre. Toda su cabeza tembló ante la patada de
la fémina y la nariz y los labios de Raúl comenzaron a sangrar profusamente.
¡Ahhhhhh cabrona! –Raúl
se llevó las manos a la cabeza sin ver nada.
Juana aprovechó el
momento y retirando las piernas tomó posición y desde el mismo suelo pateó los
testículos del hombre con la planta del pie, Raúl sintió como sus bolas se escachaban
introduciéndose en su abdomen…
-¡Uuuuuuh! ah ah
–el hombre soltó un grito femenino y sollozando dijo –Mis bolas, perra, mis bolas – y cayó hacia
atrás tumbado con una mano en los testículos y otra en la cara, mientras repetía
débilmente –no, no, no... –.
-¡!!Me ibas a
violar eh cerdo, cuando te dije claramente que no!!!
Juana se incorporó del suelo y desde lo alto
bajó su pie hacia la traquea del hombre y
apretó con fuerza, Raúl sentía que se ahogaba y tras el inicial frío impacto
del pie femenino sobre la traquea, en seguida, el frío se torno en un abrasador
fuego quemando su garganta.
-Basta, me ahogo, me ahogo –suplicaba el
hombre mientras amagaba intentos de tos.
Juana se
compadeció y levantó su pie de la traquea y Raúl llevo sus manos a la garganta.
De repente, Juana con su mano agarró con rapidez y fuerza los testículos del
hombre y tiró de ellos para que este se levantara del suelo.
-Levanta cabrón, ¿recuerdas
cuando me cogiste de mi coñito, eh? Cerdo abusador, levanta o tiro –la sexy voz
de Juana ya no sonaba asertiva, sino inquietantemente amenazadora.
-No, no tires por
favor… –sollozaba el hombre mientras trataba de incorporarse. Cuando estuvieron cara a cara, se
reflejaron las dos perspectivas de la situación tornada; la mujer rubicunda frunció
el ceño rabiosa, sobre el rostro compungido y sufriente del asustado varón.
-Vamos maricón,
ponte de puntillas como me hiciste a mí o te arranco los huevos.
La rubicunda
bibliotecaria apretó con fuerza mientras, al mismo tiempo, retorcía las gónadas
del hombre. Un sonido, parecido a un crujido “cccrssss” se dejó oír, lo cual aún asusto más al Raúl ya de por si
muerto de miedo porque el dolor se hacía insoportable.
-Vamos de puntillas o me hago una tortilla
con tus huevos.
-AHHHH ahh ah ah no
puedo mas, Juana, no puedo más, por favor…-suplicaba Raúl.
-No digas mi
nombre, no lo pronuncies, no lo ensucies. Has estado escuchando como me llaman
mis compañeros, me vigilas, ya veo. Ahora ya no eres tan chulo ¿eh?
-Si, me rindo, me
tienes, me tienes, me tienes….
-Sé que te tengo,
lo sé, te tengo cogido por los cojones –sonrió la mujer mientras miraba con
suficiencia y altivez al humillado varón.
Juana apretó mas y,
de repente, tiró hacia abajo acompañándose con un grito –para incrementar la
fuerza -¡Yaaah¡
-UUUUUAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHH –el grito del varón fue atronador, con la
boca totalmente abierta y los ojos desorbitados. Durante un momento, quedó en
silencio mirando al vació, luego observó a Juana y se echó a llorar cayendo al
suelo desplomado.
El macho había
sido vencido, estaba semiinconsciente y Juana aprovechó para quitarle los
calzoncillos que tiró por la ventana, por unos momentos entró un viento helado
que casi fue un alivio al refrescar los magullados, machacados y ardientes
testículos de Raúl. Juana cerró la ventana y se acercó para incorporar al
hombre, apoyándolo contra la mesa. Después buscó sus zuecos en el suelo, antes
de calzárselos los miro y recordó como Raúl, en el pasado, siempre la observaba
a hurtadillas fijándose en sus pies, así que no se calzo y llevó el zueco hasta
la nariz de este, diciéndole;
-Vamos, ¿no te
gustaban tanto mis pies, cuando me mirabas a escondidas? Huélelo cabrón, huele
mi zueco con el que paso mas de ocho horas de pie –aunque a Juana no le olían
mal los pies, porque era muy limpia, si bien el zueco por el uso continúo emanaba
un aroma muy fuerte a su pie, al olor natural pero penetrante de la mujer
rubicunda. Entonces, todo ese perfume perturbador entró por la nariz de Raúl,
que a pesar de estar atontado y muerto de dolor no pudo evitar una nueva y fuerte
erección. Juana se dio cuenta y abrió los ojos con admirable sorpresa.
-¿Así que aún te
funciona tu cosita, eh? Vaya, yo creía que ya te habías convertido en un
eunuco. Serás guarro y enfermo, excitándote cuando una mujer te esta arruinando
a todos los niveles –la pelirroja bibliotecaria comenzó a acariciar
ironicamente el pene de Raúl, mientras se reía y este sudaba sollozando muy
asustado –Pues como veo que todavía no estas capado voy a enviarte este regalo.
Juana tomó impulso
dando unos pasos hacia atrás y con su pie descalzo pateó con la mayor fuerza de
toda su existencia los ya muy hinchados y enrojecidos testículos del
desdichado. El empeine y los dedos de los pies de la rubicunda mujer cuarentona
golpearon sin piedad las débiles gónadas del hombre, su blanco pie cual
martillo hembril las trituró dolorosamente hasta el exterminio. Raúl ni
siquiera logró gritar, sólo alcanzó a emitir un débil y gimoteante suspiro
hacia dentro. Tras un instante, consiguió dar unos pasos y sollozar en voz baja
unas pocas palabras; -Mis huevas, me ha dejado sin huevas –y se desmayó cayendo
en una semi inconsciencia, podía oír si bien no percibía más que manchas
borrosas.
Juana contempló al
hombre, humillado, befado y derrotado ante sus pies. Antes de irse, la
pelirroja se calzó y le dijo a Raúl;
-Mírate ahora,
vencido por la mujer a quien pretendías violar, te habrás convertido en un patético
eunuco porque ya no veo tu erección, sólo tus patéticas pelotas hinchadas como
ruedas neumáticas, jajaja, bye bye vida sexual, por fin podrás gozar como el maricón
que siempre has sido, eso es lo único que disfrutarás, pedazo de capón, eres
tan ridículamente débil… me voy porque me das asco.
Y Juana se fue
corriendo, dejando al hombre desmayado.
Cuando la policía
acudió a la llamada interrogó a la limpiadora de treinta años. Hubo cierto
cachondeo, porque la ecuatoriana dijo en la llamada “Vengan rápido, por favor,
un hombre que no sé si está muerto o vivo tiene las pelotas muy
hinchadas”. A la policía le pareció
curioso que la mujer no dijera más finamente “testículos”. Sin embargo, debían
interrogarla a fondo, porque al llegar comprobaron como el hombre estaba de pie
tratándose de apoyar sobre la mujer de la limpieza. El hombre no podía hablar
sumido en un profundo shock y querían saber si ella había ocultado algo o era
quien le había producido el trauma. Uno de los agentes, un hombre rechoncho, le
preguntó;
-¿Pero no dijo
usted que no sabía si estaba vivo o muerto por lo de los testículos?
-¿Los testo qué?
Testisos… no le entiendo, Señor Agente.
- Jajaja- estalló
de risa otro de los agentes que era una atractiva mujer rubia con moño, no pudo
evitar la risa y trató de taparse la boca, viendo que no lograba disimular su
mofa, trató de arreglarlo quitándole hierro al asunto – Señora, mi compañero se
refiere a los huevos, a las pelotas del varón.
-Ah siii, si, sus
pelotas, pobre hombre, estaban hinchadísimas, yo nunca había visto una cosa así,
como melones, sabe usted Sra. Agente. Mientras ustedes venían como el señor no
me contestaba y no sabía si estaba muerto, con la punta del zueco le toqué sus
partes para saber si estaba bien y resulta que debí apretar demasiado sin
querer, yo juro que lo hice flojísimo- y la ecuatoriana lo escenificó
levantando la rodilla y con el pie al aire puso la punta hacia abajo haciendo
circulitos como cuando uno mete la punta de los dedos en el agua para comprobar
la temperatura. Ve, Señora Agente, así de flojito.
-Ya lo veo, ya,
jajaja –la mujer policía estaba a punto de orinarse de risa, pero trataba de
contenerse.
-Pues el caso,
Señora Agente, es que empezó a despertar diciendo “uh uh” y yo cómo vi que
parece que eso le daba vida, pensé que igual funcionaba como lo de la
respiración a boca de los ahogados y apreté un poco más, pero muy poco. El caso
es que el señor se volvió loco y gritaba “no otra veeeez noooo por favor,
ahahha mis pelotas mis pelotaaaaas” si viera como gritaba señora, yo quite
rápido el pie y cuando le ayudaba a levantarse aparecieron ustedes”
Los hombres
presentes pusieron mala cara cuando una doctora le inspeccionó los testículos y
vieron la tremenda hinchazón. Sin embargo, la mujer policía no podía evitar una
amplia sonrisa mientras hablaba con la limpiadora.
-No se preocupe,
Lucinda, al parecer otra persona debió agredir al hombre y si no se equivoca mi
instinto fue una mujer defendiéndose de algún vil ataque –insinuó la agente de
policía.
-Ahhhh ya, ya, es
que una patada en las bolas los dejan para el arrastre, mi marido me fue a
poner una vez la mano encima y le arreé un patadón en las pelotas que lo deje
baldado una semana y no me volvió a intentar pegar -dijo sin ningún pudor y con
evidente orgullo la morena ecuatoriana.
-Jajaja, claro,
hizo usted bien, jajajaja.
Otro agente con
bigote, se acercó a las mujeres y les dijo que el hombre no quería interponer
ninguna demanda que todo había sido un accidente. A lo que contestó la rubia
mujer policía:
-Otro cerdo
violador ha tenido su castigo, espero que no se le levante nunca más.
En esto se acercó
la joven doctora de veinte y ocho años y dictaminó;
-Pues mucho me
temo que sin necesidad de radiografía, ya puedo anunciar que este hombre ha
quedado más impotente que un eunuco en la corte imperial de la China.
Las dos mujeres
españolas se echaron a reír, mientras la ecuatoriana puso mueca de dolor en los
ojos y negó con la cabeza, ridiculizando el suceso. No se equivocaba, quizás
exactamente, la ecuatoriana no supiera cómo se decía de manera científica la
palabra “testículos” en castellano, pero conocía perfectamente los efectos de
infinitas patadas en dicha parte y dijo;
-Ahorita, Perdió
el carné de Papá…
watermoon1978@gmail.com
watermoon1978@gmail.com
pon ballbusting en el enunciado, para que aparescas en google si alguien pone ballbusting stories.
ResponderEliminarbuena historia, te pasaste
Sexy
EliminarSexy
EliminarMi hermana ne revienta mis testiculos
ResponderEliminar